En su libro “Antonio Rasore”, El Párroco – El Fundador –
El Periodista, su principal biógrafo, el canónigo de la “Catedral Metropolitana
de Buenos Aires”, Manuel Juan Sanguinetti, describe la personalidad del
entonces cura rector de la “Parroquia Nuestra Señora de la Merced”, el 16 de
febrero de 1876, pocos días después de cumplir veinticinco años.
Era, de estatura más que mediana; de ojos vívidos y penetrantes, sombreados por pobladas cejas que velaban un mirar con destellos de dulzura, rara vez iluminados por el iris de la sonrisa, orlada su cabeza por una cabellera abundante y ensortijada. De aspecto severo y circunspecto en el hablar; conciso y recto en el razonar y breve al dictaminar; he aquí, este esbozo que determinara la inconfundible silueta del cura de la Merced. Amén de un exterior por demás atrayente en sus lineamientos, que denotaban “prima facie” su recio carácter y un equilibrio en el obrar, a través de los efluvios de su cerebro y del dinamismo de sus actos.
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